Soñar en mi infancia
Parece que no pasaron aquellos añosen que ya cerrando ambos ojos
soñaba despierta...o dormida.
Y veía un amanecer
lleno de partículas de polvo
suspendidas en la nada,
que el sol atravesaba
y no podía estacionarlas en mis manos
por más que lo intentaba.
Jugar con lodo y con los pies descalzos,
odiar los peinados y los estropajos,
amar las hormigas que me perdonaban.
Terribles noches en la oscuridad
me provocaron esas cortinas
que el viento alborotaba
dándole vida a sirenas
y sapos encantados.
No había amaneceres distintos.
Los juegos eran el total de mis empiezos
de historias que no se acababan,
de risas y de interminables veredas
que recorría con los ojos de la mente.
O haciendo mi maleta para viajar muy lejos,
con un equipo de montaña, un hilo y una aguja...
también un par de alambres para hacer trampas,
y unos cristales en recipientes de lata.
Un recorte de mi libro de primaria
que parece un mapa,
un lápiz con goma
y dulces para la mañana.
Visitar pueblos inventados de lodo,
creando los guiones de pequeñas aventuras
haciéndome experta en el arte de la pintura,
por aquí, por allí, por todos lados.
Sobrevivir en un extraño mundo era tarea fácil,
como Indiana Jones siempre salí adelante.
Trepé enormes baobabs de los que habló El Principito
con los hilos, los alambres y las latas en mi espalda.
Al final del día, el humo que me cubría
eran nubes...
soñaba en mi infancia, dormida y despierta