Era un precioso amanecer de lunes. Los niños volvían a la escuela después del descanso del fin de semana. Las mamás se levantaban muy temprano a preparar el desayuno y levantar a los chicos para llevarlos a la escuela. Los papás comían su pan tostado embarrado con
crema de cacahuate y mermelada de fresa mientras sorbían un poco de café o jugo de naranja según su preferencia.La esposa le acomoda la corbata apresuradamente y con
un trapito limpia los restos de la crema de afeitar que había quedado en la
barbilla del esposo. Luego él toma su maletín y corre al auto. A ella le
molesta cuando a él se le olvida despedirse, pero sus ojos brillan al verlo
volver para darle su beso de despedida. Era “Rutinaland” hasta el lunes.
Margarita se mudó a la
privada de ese perfecto fraccionamiento. No había nadie que hiciera encuestas
de perfil para comprar en ese hábitat y si hubiera existido un perfilador
reclutador para los compradores, ella no
hubiera aprobado los requisitos, por ser ella, la solterona de 45 años sin la clásica historia. Sin amigos. Sin novios y sin simpatía. Solo salía a comprar
comida para ella y su gato y se limitaba a hablar con los demás solo cuando
fuera absolutamente indispensable. Le
quedaba bien su nombre, pero no por lo de flor.
Todos actuaban de acuerdo a
los estándares de familia perfecta del lugar. Vida normal, actitud positiva o
más bien, negación de la realidad. Ella arruinaba esa relativa perfección.
Esa hermosa y soleada mañana Margarita tomó el cesto de ropa sucia y lo llevó al cuarto de lavar. Lo puso junto a la lavadora y buscó el detergente en polvo, pero se dio cuenta de que ya se había terminado, entonces tomó dinero para ir a la tienda a comprarlo. Apenas pudo completar el efectivo.
Se fue en el auto a una
moderada velocidad que el oficial de tránsito no consideró como tal y la detuvo
para aplicarle una infracción. Eso casi
desanimó a Margarita de llegar al mercado, pero ya estaba a medio camino, así
que continuó hasta el mercado para
comprar el jabón para lavar su ropa sucia.
Al estacionarse notó que
había poca gente, porque el estacionamiento estaba prácticamente solo. Entró al
super. Aprovechó la oferta de suavizante y detergente por un precio especial.
Fue a caja y pagó en efectivo y 10% de un cupón de descuento, sin
quedarle propina para el paquetero que la miró con disgusto y pronunciando
hipócritamente el clásico -¡Qué le vaya bien Señora!
Cuando regresaba al auto
notó algo sobre el cofre. Al acercarse vio que era una bola de helado de fresa
a medio derretir. Lo quiso limpiar con la franela que sacó de la guantera
después de poner la bolsa con el jabón
sobre el asiento copiloto, pero al hacerlo se embarró más. Se fastidió mucho cuando escuchó pasar en otro
auto unas muchachas riéndose a carcajadas.
Volvía a casa cuando a medio
camino pudo ver que estaba el oficial flirteando con una mujer afuera de su patrulla.
Al llegar a su casa fue directamente a prender la radio sintonizada en automático en el canal universitario. Se escuchaba hasta el cuarto de lavar a donde fue a llenar la lavadora el maratón especial de Charles Aznavour. Echó primero la ropa de color. Abrió el detergente y después de agregarle a la tina una taza del polvo, lo puso en el estante frente a la secadora.
En el estante había una
caja decorada con motivos navideños que era de su fallecida madre. La abrió con curiosidad
sacando de ella una preciosa mascada de seda color rosa, bordada de flores doradas y
capullos rojos. La acercó a su cara para acariciarse con ella las mejillas.
Percibía un antiguo y conocido perfume y sentía venir la nostalgia cuando comenzó a sonar “Petite
Fleur” que le motivó a probársela.
"Si las flores que bordean el camino se marchitaran mañana, yo guardaría en mi corazón aquella que resplandecía en tus ojos cuando te amé..."
Margarita comenzó a bailar y tararear la canción en francés con
la música, mientras la lavadora empezaba a exprimir la ropa. Ella danzó con su
mascada enrollada al cuello. Abrió la
lavadora y la larga mascada se enredó
inmediatamente en el aspa que la jaló fuertemente apretándole la garganta.
Después de algunos pataleos, gemidos y manotazos Aznavour se quedó cantando a
su pequeña flor sin auditorio.
Esa mañana nada fue
casualidad. Ni la escasez de jabón, ni la falta de dinero. La infracción del
policía, ni la nieve embarrada en el cofre.
La perfección regresó al fraccionamiento y Margarita exprimida en la lavadora con la ropa empapada de su sangre.
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