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11 de noviembre de 2018

El precio de la envidia


Debemos pagar el precio de la envidia. 


Pero estoy totalmente segura que nadie pagaría el precio de ser igual que yo, de tener lo que yo tengo, de vivir lo que yo vivo, de saber lo que yo sé, de ser como yo.
Llevamos un recorrido cuya suma de pasos y experiencias es el yo presente... La envidia, dicen, es un sentimiento vil, pero no sé, no la conozco, porque a pesar de mucho, mi vida y mi ser han sido mi
responsabilidad, no solo acepto ser, amo ser yo:
la suma de mis dolores y mis lágrimas abiertas o encerradas; las culpas y miedos que tuve, las debilidades y fortalezas que cedieron ambas, mis pecados, mis aciertos, mis heridas internas, mis cicatrices que duelen, las risas inocentes, el corazón roto, después de resquebrajado, pulverizado...
la suma de mis días y noches, las madrugadas; de los minutos que me transformaron abruptamente, de los segundos que necesitaba estar alerta y no pude, y no lo logré, lo que he ganado, lo que he perdido, a quienes he perdido,  las veces que he muerto y lo lento que es renacer de nuevo, lo doloroso de vivir, lo maravilloso de sentir.
No creo que quiera nadie envidiarme, porque hay un precio demasiado caro que nadie querría pagar, lo sé, porque solo yo lo sé. No. La envidia.
La sonrisa, la felicidad que emana mi persona, la auténtica vida que respiro, todo es real, y debajo está todo lo que me ha construido, porque he pagado el precio de la felicidad, sigo abonando a mi jubilación, mis líneas que serán surcos con el favor de Dios y si mis dientes aguantan seguiré sonriente, sin bochorno, aunque todo mi mundo se haya partido y si mis ojos se pierden en detalles y recuerdos, seguiré amando el destino que me armó.
Adentro hay una moneda muy cara que se llama Aceptación. Nadie la quiere en realidad, nadie la ve... es mi vida, soy yo, solo yo pago por ella el valor.
Eso de allá afuera que tu tienes no quiero ser, no quiero tener, pero es admirable ver que también tienes de la suma de mis pasos unos parecidos, únicos, diferentes... Jamás iré por ellos, te veo desde aquí... Mirame desde allá.
Jamas quieras pagar el precio de la envidia.


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