EL PRONÓSTICO DEL
CLIMA NO FALLÓ
Eran alrededor de las 3:00 de la tarde del jueves 17 de
octubre cuando se esparció rápidamente el rumor del desate de una balacera en
las inmediaciones de la Fiscalía de Culiacán.
El pronóstico del clima decía que una zona de baja presión
obligaría a suspender actividades educativas durante la tarde y noche en todas
las escuelas, por lo que de inmediato se activó la alerta, y el aviso se
difundió como es obligatorio a través de todos los canales de comunicación. Se
esperaba una lluvia que llenara las cloacas de agua, los canales y los arroyos
la tarde del jueves, pero una lluvia de fuego, balas y sangre llenó Culiacán
desde demasiado temprano obligando a todos a resguardarse si querían vivir.
Este día desde temprano se contabilizaban 4 hallazgos de
personas asesinadas en varios sectores de esta ciudad sinaloense, una ciudad en
la que el narcotráfico, la violencia por grupos de la delincuencia organizada
son el pan de cada día.
Los últimos días se habían estado reportando varios hechos
delincuenciales que mantenían a la sociedad culiacanense con la inseguridad de
realizar su vida de manera rutinaria, salir a la calle a realizar sus
actividades laborales o ir a la escuela, los asaltos a los camiones que toma la
gente más humilde se habían vuelto recurrentes y los homicidios a diario
cundían de una sensación de peligro, de permanecer alertas todo el tiempo, pero
a veces se olvida con el humor que nos caracteriza y tratamos de vivir como si
nada pasara, hasta que pasa.
Y dieron las tres de la tarde y comenzó a circular a través
de redes el rumor de una balacera. Los periodistas de los diferentes medios que
se enteraron no se llenaron con solamente la escueta información, necesitaban
confirmarlo, corroborarlo con sus propios ojos y vivirlo y sentirlo como nunca
antes quizás lo habrían sentido, y no solo ellos, todo el centro de la ciudad,
todo Culiacán y todo Sinaloa. Una tormenta se desató como estaba pronosticado,
pero era una tormenta de fuego, de balas y de muerte.
GRABADA LA
INCERTIDUMBRE
Algunos conductores se acercaban al lugar, pero no para
curiosear, simplemente pasaban por la zona cuando escucharon detonaciones y
como se ha vuelto costumbre en nuestra sociedad, buscamos mantener un registro
audiovisual de los hechos que nos parecen impactantes, por lo que quienes
estuvieron en el momento cuando la tensión apenas empezaba, sacaron sus celulares
y comenzaron a grabar, sin medir a veces el peligro, sin calar el agua que
estaba demasiado caliente.
Las puertas abiertas de una lujosa camioneta abandonada a
mitad de la carretera, la ráfaga de balas que se escuchaba cada vez más cerca,
personas que corrían, que huían, se escondían… personal del Ejército que rondaba
las calles, toda la ciudad comenzaba a lucir apocalíptica, algunas calles y
sitios abandonados, otros saturados de gente temerosa que se escondía y filmaba
a otros, gente que corría por su vida, ya no por su seguridad por que esa la
habían perdido muchos pasos atrás. Hace tiempo, desde que disparaban a diestra
y siniestra ¿contra qué, y contra quién? Nadie sabía, solo podían imaginar y la
imaginación, dicen, es menos cruda que la realidad.
Desde las azoteas donde la gente podía asomarse, desde los
escondites y refugios, desde sus trincheras los delincuentes, desde sus escudos
los elementos de seguridad, todos en algún momento grababan a través de los
celulares con las manos temblorosas, algunos con la radio prendida de fondo y
el locutor dando detalles informando de lo que estaba ocurriendo, otros intentando
llamar unos a sus familiares para decirles que estaban atrapados en un lugar
del que no solo no podían, no debían salir si querían mantenerse con vida,
algunos con el corazón en la boca y las manos puestas en las manos de alguien
en quien apoyarse o darle un poco de confianza ante el peor escenario que se
había vivido en Culiacán desde hace mucho tiempo.
PERIODISTAS ENTRE EL
FUEGO CRUZADO
De camino al lugar en su vehículo le tocó encontrarse con
una unidad del Ejército que transitaba por el otro carril, separados por el
camellón central del bulevar de la avenida Universitarios…
Un torbellino de disparos a plena luz del día por la avenida
Universitarios, de la zona Tres Ríos, fue captado en la transmisión de uno de
los reporteros de Línea Directa quien llegó primero para cubrir la nota, pero
las detonaciones demasiado cerca lo interrumpieron de inmediato cuando apenas
empezaba a informar. Por un momento los cientos de personas que se habían
enlazado a la transmisión del reportero pudieron sentir por entre los cabellos
el paso de las balas y algunos hasta se agacharon, gritaron se preocuparon, se
les puso la piel chinita, pero no dejaron de ver… porque la transmisión quedó
pausada en un momento de tensión, cuando no se sabía si las balas podrían haber
alcanzado al periodista, por quien todos pedían en la redacción que estuviera a
salvo.
Mientras tanto, otro medio de comunicación representado por
su periodista, quien transmitía mientras corría, mientras caminaba y en una
infinita narración en la que no cesaban las balas de fondo no dejaba de sugerir
“no salga” como consejo que no seguía, por mantenerse al pie en la “zona de
guerra” que nunca antes había conocido.
Un caos de imágenes, videos, rumores de muerte, abatidos,
detenidos, invadía las salas de redacción periodística donde caían uno tras
otro, uno tras otro sin dejar un momento de reposo para tomar aliento.
¿PORQUÉ COMENZÓ TODO?
Era muy difícil de decirlo. Por prudencia, por falta de
información, por miedo, pero nunca por falta de rumores, porque los mensajes de
muchos que se encontraban al tanto de muchas cosas, llegaban y aunque la
mayoría decía lo mismo, confirmarlo era delicado, decir un simple nombre era
bastante peligroso, un nombre ligado al crimen organizado mexicano, originario
de Sinaloa; un nombre que no trae orgullo sino temor en el estado… Era muy
difícil como medio de comunicación ser los primeros en decirlo, tenía que ser alguien
con demasiado poder y certeza quien tuviera que dar esa información para que se
desamarrara el nudo que no dejaba fluir ese “porqué comenzó todo”, para
comenzar a dar respuestas.
“Fue por el hijo del Chapo”… decían algunos.
“¡Mataron a Archivaldo!”, rumoraban a viva voz en todas
partes como si no existiera el temor de decirlo, pero no dejaban de ser solo
mitotes, como decimos aquí en Sinaloa, no había información de Gobierno que
confirmara lo que todos decían a viva voz casi, que tentaba a todos los medios
nacionales que lo publicaban porque no estaban en la zona de conflicto, donde
las balas no les pasaban por las ventanas de sus cubículos.
“Tienen a Archivaldo detenido, el hijo del Chapo Guzmán”… no
cesaban de llegar los mensajes como no dejaban de escucharse las balas afuera,
donde todo era peligro.
La especulación orillaba al filo de la desinformación y
jugar con eso es bastante peligroso, los seguidores no perdonan un error, había
que actuar de manera cautelosa, sin perder por supuesto de dar a conocer a la
sociedad el conflicto que se estaba viviendo dejando tantas personas atrapadas
en un fuego cruzado y sin control.
Algunos decían que era Ovidio Guzmán, el detenido por el
Ejército afuera de la Fiscalía, otro de los hijos de Joaquín Guzmán Loera, “El
Chapo”, uno de los máximos líderes del narcotráfico en el mundo quien
actualmente se encuentra preso en una cárcel de Estados Unidos pagando una
condena de cadena perpetua por sus crímenes y delitos, pero, de quien no hay
quien ponga en duda que su poder atraviese cualquier celda de este mundo, tan
así que tocar a sus vástagos sea la ocasión perfecta para propiciar el infierno
que se está viviendo en la ciudad.
Nadie nunca antes en este lugar había vivido un caos de este
tamaño. No se trataba de una película de terror, de suspenso, nadie podía
quedarse nada más en sus asientos y ver lo que estaba pasando. Aquellos iban
por más gente a Aguaruto, sacaron a 51 decían, después se supo que eran 49 reos
peligrosos fugados y dos reclusos muertos, asesinados claro.
La suspensión de transporte… Por seguridad y estrategia nadie
se mueve de su sitio, nadie va a ir la cueva del lobo, al centro del infierno,
y las corridas de camiones pararon. Quienes iban de visita, el turismo,
estudiantes, emergencia, nadie se mueve de su sitio, nadie va a ir a la boca
del infierno. Las carreteras están bloqueadas, en expectativa, en vilo los
conductores, con las manos temblorosas y sudorosas al volante y el pie en el
acelerador en caso de ser necesario, pero no hay a dónde ir. Son diferentes
escenas y escenarios: los padres en su casa y al teléfono que no suena, la
mujer abrazada de sus hijos acurrucada en un rincón oscuro de su casa mientras
se oyen cerca las torretas y las metralletas; los hospitales en emergencia
total, corriendo de un lugar a otro, los pasos firmes y de prisa chocando las
botas con sus armas de grueso calibre… sin paz en ningún sitio.
Como si fuera un campo de batalla, lo que parecían cientos o
miles pero quizás decenas de jóvenes veinteañeros cuando mucho, sirvientes
aparentemente leales al negocio de la droga y sus patrones, portaban pecheras,
armas gruesas y asesinas, alterados, como lo dicen los corridos, “la plebada
estaba arremangada” y con un objetivo muy claro, rescatar al patrón, subidos en
camionetas robadas, una rotulada con marca de empresa conocida, otra del
Ejército del Plan DNIII, y sin pena, ni mucho menos gloria, se filmaban en
veces totalmente orgullosos entre ellos, realizando su intento de rescate de
uno de los líderes del Cartel de Sinaloa, a gritos de batalla, una que
comenzaron y que hasta la noche del 17 de octubre parece no tener fin...
¿NEGOCIACIÓN?
Llegada la tarde parecía que se había calmado la violencia
en las calles, pero había esporádicos disparos tras minutos de silencio, unos
lejos, otros más cerca. Fueron muchos vehículos que estaban abandonados en las
calles, porque primero era la vida y la corrida era necesaria, y en el afán de
huir a protegerse, dejaron los camiones de trabajo que fueron tomados por
aquellos que disparaban y les prendieron fuego para bloquear los accesos de
carreteras.
Parecía que la comisión era “Siembren terror hasta que
suelten al patrón”, y el terror crecía donde lo tiraban, como semillas de
hierba mala crecía el pánico en el asfalto, ni siquiera se esperaba a caer en
tierra fértil como Sinaloa lo es, caía el miedo donde llegaban las evidencias
de la violencia, a todas partes, ya el estado era México entero, era el ojo de
un huracán que no estaba previsto, todos estaban pendientes, el mundo estaba
esperando más noticias, más videos, más fotos, más y más fuertes, más sangre,
mientras otros esperaban con rezos olvidados entre rugir de metrallas, el alto a
los disparos, el alto al terror, la paz.
Y con esa esperanza, de pronto había silencios prolongados
que hacían creer que ya todo había acabado. Ardían las calles y la lumbre
crujía y tronaba en los camiones quemados tapando carreteras y accesos; daba
miedo ese silencio y por otra parte, las bandejas de mensajes de las redes
sociales comenzaron a saturarse con audios, videos, gritos de gloria de los
delincuentes festejando la liberación del hijo del Chapo y la orden estricta y
hasta considerada como amable en las radiofrecuencias: “Se los pedimos de la
manera más atenta a toda la plebada, que ya no tiren bala por favor”… La
negociación: “abrazos en lugar de balazos”, primero la vida de los civiles que
la muerte de cientos solo por un delincuente, fuera el que fuere.
Muchos creyeron vergonzoso y hasta irrisorio liberar a un
criminal a cambio del alto al fuego, lo consideraron una decisión débil, pero
no les preguntaron que pensaban a quienes sintieron pasar las balas por entre
los cabellos y la carne de sus hijos, si era la mejor decisión, ni tampoco
consultaron al mañana que no termina de llegar.
PERO ATRAVESARON LA CIUDAD
Y LA NOCHE
No bastaba con hacer de Culiacán un infierno, porque el
sembradío de pánico atravesó los límites de la capital del estado haciendo que
se corriera el rumor de que de la sierra sinaloense estaban bajando cientos de
muchachos armados en camionetas y carros, sicarios contratados de manera
expresa, “40 mil pesos por hoy, 20 orita y 20 mañana, si sobreviven” se
esparcía un audio… Es justo lo que costaría un modesto paquete funerario, pero
ellos no hacen ese tipo de cálculos, eso les toca a los padres de los plebes
que se sienten héroes y se limitan a servir con una lealtad ciega a los que se
creen dueños de la vida de otra gente, porque hacen y deshacen como quieren
cuando quieren y si no, eso lo dejan ver con el poder de sus armas y su dinero,
que una vez muertos no sirve para secarles todas las lágrimas a sus familias y
la culpa de nadie.
La noche fue cayendo sobre quién sabe cuántos cuerpos de
heridos y de muertos (imaginarse ese escenario no era difícil), porque nadie
quería correr a averiguarlo. Nadie quería salir ya de sus refugios conseguidos
por accidente y solidaridad: una papelería, un restaurante, la central de
camiones, la ‘Walmar’. Nadie, eran los civiles inocentes, alguien eran los
elementos policiacos, la guardia nacional, los soldados y, ‘aquellos’, eran
aquellos que tiene miedo uno de mirar siquiera o de toparse mientras caminas
tratando de llegar a casa.
Ya las personas no miran con curiosidad y asombro las
camionetas y autos de lujo que miran pasar por las calles. Mejor hacen como si
no pasara nada, como si adentro de esos vehículos no hubiera más que fantasmas
y personas invisibles; los creyentes piensan que es el pronto destino que les
toma ya ni por sorpresa, porque viven la vida como si no existiera un mañana,
como si el 17 de octubre hubiera sido el último día del mundo, pero amanece un
18, donde Sinaloa es el mundo, sin orgullo ni gloria, pero sin disparos.
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