La vida del emperador era políticamente complicada.
Todo el tiempo habría que estar atendiendo asuntos reales concernientes al bienestar del pueblo, cuestiones militares, escuchando los rumores que le traían sus súbditos sobre las luchas de poder dentro de la misma familia real, traiciones y rebeliones de grupos del pueblo, así que la vida entera del emperador estaba dedicada a gobernar.
Había muchos hijos y esposas
del emperador por lo que los sirvientes se encargaban de los asuntos familiares
y dejaban en manos del emperador la justicia y paz de la nación.
Los eunucos y sirvientes eran los seres más cercanos a este gobernante descendiente de Dios sobre la tierra. Después de ellos no había momentos de expresión de debilidades. Solo ellos podían conocer los más frágiles momentos humanos que podría padecer una persona así.
No obstante, por muchos años
el emperador calló un secreto.
Desde niño fue criado para gobernar por lo que careció de la presencia de sus padres y fue acompañado de maestros de todas las artes necesarias para tal fin.
Le enseñaron a desconfiar
tempranamente en todos, así que nunca tuvo un amigo con quien compartir su
verdadera personalidad.
El emperador era conocido por
ser duro, impasible, vengativo, no había nadie en el imperio que no le temiera
ante su sola presencia o su rumor de llegada; no es que fuera atroz, era como
una roca, pesado, gris, duro, inamovible con sus determinaciones.
Pero un día, ninguno de sus
súbditos pudo impedir que un enviado de sus enemigos lanzara un diminuto dardo
envenenado que pegó justo en el brazo derecho.
De inmediato el punzante dolor
lo hizo desplomarse, pero fue sostenido apenas por uno de sus sirvientes más
leales lo que impidió que golpeara contra el suelo.
Rápidamente hubo una gran
conmoción por la caída del dueño de la nación entera pues se quejaba de un gran
dolor en su cuerpo, era el dardo cuyo veneno estaba envenenando cada arteria.
Los médicos más renombrados
asistieron la salud del emperador en búsqueda de su alivio, sin embargo, el
veneno poco a poco comenzó a afectar la salud mental de este, quien nombraba
lugares y personas que los cercanos súbditos desconocían.
Aunque el camino era largo
para llegar y regresar, el súbdito que había visto caer al emperador confiaba
que pudiese llegar a tiempo para salvarle la vida.
Los enemigos del emperador se enteraban de las intenciones de buscar una medicina para curar al gobernante, así que ponían toda especie de trampas para impedir que esto ocurriera.
Así, poco a poco se había
menos los médicos que asistían al enfermo y este deliraba con alucinaciones a
veces tormentosas de sombras y de enemigos, otras de cuestiones extenuantes de
trabajo.
Cuando el emisario del sirviente logró llegar a la aldea de la curandera, fue en su búsqueda y al encontrar la choza donde esta vivía miró dos mujeres, una joven y la otra vieja, ambas con un mismo atuendo, lo cual le hizo pensar que eran hija y madre o maestra y discípula.
Esta sin mediar palabra le
indicó a señas que esperara afuera.
El emperador ya había sido
visitado por sus concubinas y sus esposas. Sus hijos también.
Sus secretarios y ministros
estaban realizando reuniones secretas para los preparativos del funeral en caso
de su muerte, ya esperada.
A la ciudad llegaron a caballo
y toda prisa el emisario y la curandera.
Al acercarse a palacio, el
enviado sacó de su vestidura una medalla entregada por el súbdito del emperador
como identificación de entrada; les abrieron paso.
En la cámara del mandatario,
quien agonizaba entre delirios, dolores y tormentos, solo quedaba un médico
tomándole el pulso de cuando en cuando para saber si el corazón del emperador
seguiría resistiendo el mal desconocido, además del súbdito quien había enviado
por la curandera.
Tras el emisario venía la dama
curandera que le seguía por las habitaciones hasta llegar a la cámara del
enfermo.
Una vez ahí, el médico lanzó
un suspiro de agotamiento y se dejó caer sentado en el piso. La mujer solo
cruzó miradas con su conocido y este, al coincidir con sus ojos supo que
debería sacar de inmediato al médico de ese cuarto, así que se levantó y camino
de prisa escoltando al doctor fuera del aposento.
La dama se acercó sin prisa al
emperador y vio su situación por encima de sus vestiduras. La mirada perdida de
este entre risas y gestos de temor, balbuceos hilarantes, estremecimientos.
No era suficiente, así que
pidió al súbdito que le ayudara a desvestir a su amo, por lo que le dejaron
desnudo en su ensueño delirante
Ya sin el orgullo de las
vestimentas reales que hacían imponerse al mandatario, la dama se sentó al
borde de la cama del hombre y lo miró con mayor detenimiento. Pudo notar su
palidez, su piel pegada a los huesos, su temperatura fría y los espasmos que
comprimían la poca carne de sus músculos y una pequeña hendidura en su lado derecho, por donde habría entrado el dardo.
Volteándose tomó el bolso la
mujer y sacó de ahí una daga fina y antes de que el súbdito intentara detenerla
hirió su propia mano de la que comenzó a salir sangre que de inmediato vertió
en la boca al moribundo y este reaccionó mordiéndole tan fuerte que la mujer
gritó de dolor.
Era tan dura la mordida que el
súbdito tuvo que abrir la mandíbula del emperador a la fuerza a fin de que
soltara a la dama, pero ya estaba hecho.
La sangre de la mujer estaba
corriendo por el cuerpo del hombre quien tuvo una convulsión y luego quedó
inconsciente e inmóvil.
El sirviente pensó que el amo
estaba muerto, pero la mujer, sin mucha preocupación por el paciente se sujetaba un pedazo de tela
donde se había hecho la incisión.
Tras pasar algunas horas el
emperador abrió los ojos como si despertara de un sueño. Se sentía hambriento y
pidió que le prepararan un caldo de gallina.
Las mejores cocineras fueron
informadas de inmediato y salieron a buscar la gallina al corral para preparar
el platillo más fresco.
El regreso de apetito del rey junto con su lucidez poco a poco fue dado a conocer a los familiares reales quienes pensaron que se trataba de una situación temporal, así que no asistieron sino esperaron hasta recibir nuevas noticias.
El hombre descendiente de los
dioses de esa nación estaba débil, pero había recobrado la conciencia.
Preguntaba por asuntos de su gobernancia, por sus riquezas y hasta incluso
preguntó por sus esposas y concubinas.
La curandera se acercó a la
cama del emperador quien ya podía reconocer algunos rostros de sirvientes que
acudían, pero a ella no la reconoció, por tanto, preguntó quién era esa mujer.
El sirviente explicó a su amo
que la mujer había aliviado sus males con medicinas que ella misma había
preparado, por tal razón el mandatario expresó sus respetos a la dama y le
pidió se acercara un poco más para verle.
La curandera se acercó, tomó
la mano del señor y le dijo que el veneno de un dardo pequeño lanzado por sus
enemigos había crecido dentro de él y que su vida se había hecho más corta, tan
corta como unos cuantos días, pero que la cálida sangre que le había dado logró
reanimarle y volverle de nuevo ya que la mujer misma era una medicina pues
solamente se alimentaba de hierbas curativas.
Tras perderse por días en ese mundo no conocido hasta el momento, llegó a una aldea donde conoció a una hermosa joven quien lo cautivó con sus aromáticos tés servidos a los funcionarios que acudían a dicha posada.
La joven no había conocido a
ningún hombre que apreciara los detalles en su servicio, así que también ella
fue cautiva de la atención del oculto joven.
Fueron días de cortejo hasta que él le dio en promesa de volver por ella una placa de oro de flor de loto, marchándose tras haber iniciado su idilio.
No obstante, al llegar a palacio fue confinado a no salir hasta ser casado con una dama de la nobleza, así que fue entregado en matrimonio e instruido de olvidar cualquier conexión que hubiera tenido con aquella jovencita.
Los deberes de palacio, la
gubernatura de la nación, los problemas, los hijos y las traiciones fueron
apartando de su corazón la sensibilidad, así que por política hacía lo
conveniente, actuaba conforme a la ley de su país, poniendo el ejemplo de
trabajo, diplomacia y justicia.
Pero el descendiente de los
dioses no sabía que la joven había quedado encinta, siendo la dama de vestido
lavanda la hija de aquella joven que llevaba de regreso la flor de loto de oro
dentro de aquella peculiar y única bolsa de terciopelo.
Al reconocer el bolso y la
placa, la mente del gobernante fue y regresó del pasado al presente varias
veces, y al ver los ojos de la mujer reconoció en ellos un mestizaje de
aquellos únicos rasgos que le habían cautivado, además de la impecable mesura y
sabor dispuestos en aquellos aromáticos tés y el color de sus ojos.
Por un tiempo el emperador
quedó perplejo, temblando con el objeto en sus manos. Tenía ganas de preguntar
muchas cosas sobre aquella joven a la que nunca volvió, pero de su garganta no
fluían las palabras y el veneno seguía obrando dentro de su sangre, por lo que
no le quedaba mucho de vida.
Pero el emperador no sabía
claramente cuál era la petición de la dama curandera, así que le preguntó si
querría dinero, oro, posesiones o tierras.
Ella le solicitó dos cosas: una pensión para su madre, para limpiar su honor y viviera su vejez sin demasiadas carencias.
No era una cosa difícil, así
que fue concedido.
Así, de manera egoísta, el
emperador concedió la petición de la dama curandera quien durante sus últimos
días le enseñó de las atenciones y cariño que nunca antes tuvo.
Una noche, ya no salió sangre
de la herida de la mujer, así que supo que esa era la última vez que le vería
con vida. Ella estaba agotada y enferma, pero se mantenía firme
Se colocó en el regazo de su
padre y notó en su pulso lo débil que estaba.
Él sin embargo, le tomó de la mano fuertemente y la acercó a su cara
para besar su frente y le habló como nunca le había hablado a nadie en su vida:
“Mi amor, mi hija, gracias, por regalarme un día más de vida”...
Debido a que la situación de su vida como emperador había sido complicada, jamás antes expresó sus sentimientos con tal apertura, así que se descubrió un hombre diferente al final de su vida.
Esa noche el emperador murió mientras la dama dormía exhausta de haberse desangrado todo ese tiempo para él. Al despertar la dama encontró aún su cuerpo tibio y se lamentó con enormes lágrimas no haber podido sacar más sangre de sus propias venas para darle vida a su señor.
Todo mundo siguió su curso, los funerales, la sucesión del emperador, las rebeliones y la violencia, pero algo había cambiado, los corazones de la dama y de su padre.
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