GRACIAS 🦊

10 de diciembre de 2020

LA PUTA MUERTE

A veces pasaba que Gloria se quedaba como en trance. Podría estar haciendo cualquier cosa, como hablando por teléfono, cocinando, mientras iba por algún mandado a la tienda, a mitad de una pieza de baile en una fiesta, y de pronto se paralizaba, con los ojos idos, enmudecida y como si

se hubiera salido de su propio cuerpo, ausente pues.

Luego de algunos minutos de entrar en ese trance, volvía de inmediato a ser la misma, así de pronto. Como se iba de sí misma volvía. Ella, una mujer divertida pero tranquila, no al grado de hacer ese tipo de bromas que no le lucían para nada pues aparte era poco agraciada físicamente, vieja ya, aún así, no faltaba a quien le parecieran graciosos esos episodios esporádicos que traían consigo una desgracia. 

En el pueblo ya todos sabían lo que le pasaba a Gloria, así que también todos continuaban con su rutina cuando a ella se le "desenchufaban los cables", como decían. De no ser por esos “momentos” incómodos, hasta chuscos para algunos y para otros de mal agüero, quizás se habría emparejado con alguien, pero los prejuicios de la gente del pueblo la mantenían estigmatizada como enferma mental, problema genético y hasta endemoniada, así que tener pareja para ella parecía no ser una opción a considerar ya más.

De donde era Gloria también era originario Don Horacio, un solitario anciano. Era otro caso sin remedio ya que por decisión propia no quiso formar una familia. Aunque nadie tocaba el tema con don Lacho, como le apodaban, cuentan entre chismes de convivencia, que el viejito estuvo perdidamente enamorado de una muchacha cuando era chavalo, pero que esta fue asesinada con mucha saña y desde entonces ha estado afectado tanto que no pudo pensar más en hacer vida con alguna otra mujer que no fuera aquella que le mataron.

Esa era una historia trágica, casi una leyenda, porque ya sus cerca de 90 años de memorias comenzaban a formar alrededor de su experiencia escenas macabras como la aparición de un fantasma en el lugar donde la encontraron, los lamentos que se oían por las noches  de camino al panteón, el arrastrar de cadenas acompañado con los lloridos de una mujer y hasta la leyenda urbana de que si una guapa le pedía aventón a algún conductor, esta luego desaparecía en el viaje y era ella, la mujer que amó  don Lacho, por la que decidió quedarse solo mejor. 

Se llamaba Petra aquella chica, víctima de las versiones populares de sus supuestas apariciones como de su asesino. Contrario a su nombre, mientras Petra estuvo viva no era dura como la piedra, sino más bien demasiado blanda.

Trabajaba en aquel tiempo como 'dama de la noche', una prostituta que vendía sus caricias y regalaba con la compra, demasiado amor. Mal visto para su época, pero un oficio sin vigencia.

La joven Petra no estaba orgullosa de su ejercicio laboral, sin embargo, disfrutaba de compartir con sus clientes cariño, afectos, unas cervezas, unas caricias. Le llegaban a importar el vacío con el que la buscaban jóvenes y viejos. 

Quizás debido a su peculiar belleza, bajita, blanca, de curvilíneas formas como su ondulado cabello y de expresivos e inocentes ojos negros, era siempre solicitada, pero su manera de ser era lo más atractivo para los hombres que se encariñaban después de la experiencia. Luego no querían a otras mujeres, tenían a su preferida, pero, ¿Quién dice que se puede dar amor a todos y no padecer las consecuencias?

Lacho era uno de esos jóvenes que se inició con ella, pero terminó perdido en sus abrazos y sus atenciones pagadas, que eran más auténticas que de rigor, aunque fuera por unos pesos que le abonaba al protector. 

Petra aprovechaba el oficio, sacaba de este lo que requería, hasta que comenzó a llenarse las manos de amor y de dinero hasta ser el blanco de celos tanto de hombres como de otras mujeres, porque ella llegaba a quererlos, tanto al dinero como a los hombres y a no querer dejarlos para nadie más.

Lacho era joven como ella, ambos de la misma edad, con deseos de hacer vida mientras apasionadamente se acostaban y era algo que Petra no negaba, lo quería más que a los otros, sentía una atracción grande por él que se le iba la tarde y la noche atendiendo a su querido, pero temía casarse y con el tiempo extrañar el carisma de Vicencio, la diversión que le proporcionaba Joaquín, la madurez y seguridad del señor Carlos, o lamentar no poder consolar las penas de sus queridos amigos en sus borracheras y así faltarle el respeto a quien fuera su marido.

Entonces Petra quiso mejor irse del pueblo y dejar la pensión y la cantina donde ejercía. Ya tenía suficiente dinero para abrir la puerta del mundo delante de ella, así que la última noche que pasó con Horacio ya tenía sus planes.

En esa ocasión, mientras permanecían acostados uno junto al otro, Lacho le contó que le entregarían su herencia para casarse con quien quisiera, ganado, tierra y casa, y que aunque se opusieran a su matrimonio, ella era la elegida, ninguna otra, le prometió.

Los dos ojos de Petra le brillaron, por un lado de ilusión y por otro de incertidumbre y duda. De ambos ojos como nunca una alegría y una tristeza, la hicieron llorar porque la atacó un presentimiento que le contó a su compañero, pero antes le extendió la mano.

Le dijo: 

-Lachito, todo puede ir muy mal, pero en el peor de los casos de todas maneras voy a estar con usté, hasta la muerte... y si me fuera antes yo misma vengo a recogerlo para estar juntitos.

-¿Lo promete mi Petrita?

Y juntaron sus manos en promesa.

La intensidad de las promesas de la muchacha era tan fuerte pero ni ella misma se daba cuenta de lo que hacía cuando prometía querer toda la vida, amar para siempre, estar con alguien hasta la eternidad y todas esas frases que nacen del romance, del amor apasionado.

Y es que a todos los que amaba les hacía promesas que la estaban marcando, aunque pareciera no ser nada profesional debido a lo crucificado de su oficio.

Ya estaba lista para irse, pero el padrote no estaba de acuerdo en quedarse sin mina de oro y sin mujer, así que determinó convencerla o matarla antes que dejarla ir así nomás de buenas a primeras, y la entretuvo agarrada de las greñas y con los puños en su boca para que se callara.

Al final, con tantos golpes ella cambió de opinión y dijo que sí quería quedarse, que sí se quedaría, pero su frágil y lastimado cuerpo se venció para morir ese día quedando marcada su alma con las promesas que hizo a sus amantes.

Tras la muerte de Petra, en aquellos tiempos nacieron los rumores y los miedos, después con los años la leyenda de la mujer que erraba en el camino a aquel álamo donde fue encontrado su cadáver hace 63 años. Unos la oían, otros la veían, y algunos la sentían como un viento helado y escalofríos cuando pasaban por esa vereda donde la tiró el criminal. Después de tantas décadas, solo se volvió un suspiro para los niños más crédulos a quienes les llegaban a contar estas historias cuando se iba la electricidad, en los campamentos o en temporada de tormentas y solo una persona se acordaba de su nombre.

Pero también, después de su muerte nació la peculiar Gloria, la mujer de mal agüero, la solterona que no fue agraciada con belleza ni con suerte en el amor, pero al menos parecía ser feliz y tranquila aceptando su vida como destino de Dios, cuidaba a sus padres, trabajaba como podía, no se lamentaba no tener hijos porque tenía muchos sobrinos y sobrinas que le daban sus dolores de cabeza, además de los episodios a los que la gente ya se había acostumbrado a su alrededor cuando ocurrían.

Las veces que Gloria quedaba en trance pronto le acompañaba a ese episodio la noticia: 

¡Un hombre ha muerto! 

Desde niña le fue pasando. La primera vez que se puso en trance era apenas una pequeña de unos 6 años. Mientras ocurría el episodio, al mismo tiempo un accidente donde moría un joven, ella estaba con sus ojos en blanco en medio de los niños con los que jugaba, la boca abierta, paralizada.  Horrorizados los chiquillos corrieron a avisar a sus padres, que la vieron con espanto y la llevaron al cura, pero antes de llegar con el sacerdote volvió en sí como si nada.

Y le volvió a pasar al tiempo, cuando murió de un infarto un adinerado viejo llamado Don Carlos. 

Desde ahí se desataron los rumores de que Glorita veía a la muerte, pero fueron descartados porque no le pasaba lo mismo si morían las mujeres o los niños, aunque sí, siempre que le pasaba, pronto la gente se enteraba del fallecimiento de un hombre del pueblo, o que vivió en el pueblo.

De ahí en adelante cada que le pasaba eso, se moría un hombre. Y cuando se moría alguien, luego luego iban a preguntar a sus parientes si se había desenchufado la Gloria. 

Ya después no sabían a qué atribuirle sus ausencias, si a los demonios, a algo mal en su cabeza, coincidencias o casualidades, pero no dejaban de prestarle un poco de atención que no fuera con morbo, ligándolo a lo sobrenatural.

Una sobrina de Gloria que estaba estudiando psicología un día la convidó a hacerse una regresión para saber más del misterioso trance que le ocurría y porqué ella no se acordaba de nada después de eso.

Lucy, la sobrina, comenzó a armar la sesión con lo esencial, un momento de relajación, concentración y respiración, además de alguna técnica secreta Eriksoniana que para sorpresa de la chica, de inmediato surtió efecto y dejó a su tía dormida en ese sillón a merced de las preguntas que le hiciera la nerviosa pasante.

-Quiero que regreses al momento cuando te ocurrió el primer trance, a los 6 años Gloria. Cuando escuches el sexto chasquido llegarás a esa edad, ahora tienes casi 60 años (da un chasquido) y te estás haciendo más joven conforme vas escuchando mis chasquidos (truena de nuevo los dedos)...

Así lo hizo hasta llegar al sexto chasquido de los dedos, entonces Gloria, después de unos minutos de inquieta calma de repente exclamó:

-¡Vicencio!

-¿Qué estás viendo Gloria? Tienes 6 años, ¿Qué pasa durante tu primer trance? -Preguntó asustada Lucy

-No me llamo Gloria, soy Petra.

Sorprendida la iniciada en la hipnosis, continuó con la sesión con muchas dudas, creyendo que quizás se había confundido en las indicaciones de la terapia.

-Eres Gloria, tienes seis años- le recordó la sobrina- ¿Qué está pasando el día que entraste en trance la primera vez?

 -Hay niños jugando- responde Gloria- y de repente ya estoy aquí, de repente... yo soy Petra y no soy Gloria ahora que regresé

Sin que parezca tener sentido lo que dice, pero a la vez con algo misterioso, la escucha.

-¡Vicencio! Vine por Vicencio.

-y ¿Quién es él? ¿Dónde está Vicencio?

-Pues, le pasó encima el tren pobrecito, vengo por él para llevarlo, pero me voy a dormir otra vez.

-¿Y porqué vienes por Vicencio?

-Porque lo quería mucho y le prometí que si me moría primero yo vendría por él para que no se sintiera solo.

A Lucy se le enchinó el cuero y quería dejar la sesión para analizar lo que estaba escuchando, pero también quería seguir y despejar más el misterio, así que le indicó a Gloria que respirara más profundo y que cuando chasqueara de nuevo los dedos tres veces, su mente se ubicaría en el recuerdo de la segunda vez que tuvo un trance.

-¡Don Carlitos! Vengo por usté... -¡Matías!, tan joven como yo, venga vámonos -Felipe, Joaquín, Celso...

Lucy estaba cansada de chasquear los dedos, pero más que asombrada del descubrimiento. Su tía era la reencarnación de una mujer llamada Petra que había tenido muchos amantes a los que les prometió volver por ellos.

Se le hizo tarde con la terapia pero continuó sacando toda la maraña detrás de los trances de la tía y su relación con algunas delas muertes de los hombres del pueblo, la mayoría que habían muerto de viejos.

Al tercer chasquido de uno de tantos, Gloria lanzó un grito y espetó un nombre llena de furia:

- ¡¡Odilo!! ¡Animal, bestia, maldito, hijo de la chingada! Que si quien soy... La puta muerte, desgraciado, que vengo para arrastrarte hasta tu infierno por asesino...

Asustada Lucy decidió despertar a Gloria y dejar la sesión para otro día, si es que accedía. 

La tía despertó de la hipnosis un poco acelerada pero sin recuerdos de nada. La sobrina le recomendó descansar y como era ya tarde, Gloria se fue a la cama.

Esa noche mientras Gloria dormía entró en trance, nadie se dio cuenta, pero fue como un sueño bonito:

En ese sueño ella era una joven bajita, blanca y de ojos peculiares y oscuros. También soñó al viejito solitario, don Lacho, que despacito se le aproximaba y mientras más se acercaba más joven se veía. Cuanto más cerca estaba de ella más guapo, más alto, más fuerte y más querido lo sentía.

Cuando lo vio a unos pasos  la chaparrita se lanzó a sus brazos diciéndole 

-¡Lachito! Te tardaste mucho mi amor, pero ya vine a cumplir lo que te prometí.

Después de esa noche Gloria no volvió a tener más trances y como era de esperarse fue a rezar al velorio de Horacio, el último amor de Petra.







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