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16 de junio de 2018

Mis intentos de ser burguesa (Primera temporada)

Reporte de mi visita a un evento artístico para ubicar los comportamientos de los asistentes en los universos de gusto de Pierre Bourdieu ("Burdié") Año dosmilyferia



Fui al teatro después de años de no pisar uno. En esta ocasión en Foro Experimental del CEART, un pequeño espacio cultural que como su nombre lo indica es un lugar de expresiones artísticas de carácter experimental. La obra que fui a ver se llama "Muerte accidental de un anarquista" escrita por Darío Fo, producida por Scénica Formación Actoral y Colectivo Cucuy; dirigida por Alejandra Mancilla, una mujer joven, mexicalense, egresada de artes escénicas que ha tenido amplia participación en el teatro regional, en televisión, en series y telenovelas.
Según la página web de CEART, este foro es "óptimo y multifuncional para presentaciones académicas teatrales y conciertos" que posee las características y servicios necesarios para estos fines con la posibilidad de adecuarse según los eventos que hayan de presentarse y aunque en la página señalan que a foro cerrado la capacidad de asistentes es para máximo 250 personas, una placa junto al área de cobro al lado de la puerta de entrada, lleva inscrito "150 personas máximo", aunque el estar ahí dentro y casi llenos los palcos (para mi parecían palcos, no butacas), ese límite de capacidad me parece justo.
Regresando un poco el tiempo
Decidí tomar dos horas de anticipación para creerme lo del dicho "Al que madruga Dios le ayuda", pero me acordé de otro dicho: "no por mucho madrugar amanece más temprano" y como resultado llegué una hora antes frente al Centro Estatal de las Artes frente al Río Nuevo (un enorme bulevar que antes de ser carretera era el río Colorado, pestilente por las aguas negras que fluían por él. Fue entubado y convertido en una transitada vía de comunicación).
Tuve una primera experiencia con el taxista que me preguntó si era actriz o estudiante. Pensé en decirle la verdad, que iba obligada por mis responsabilidades académicas; tampoco le dije que era actriz porque si se lo hubiera dicho habría ganado, tal vez, otro fan acosador. Le dije que iba movida por mis más tiernos deseos de ser parte de la clase burguesa y que para ello debía imitar su forma de consumir la cultura, pero como ignoraba sus modos (modus operandi) tenía que pasarme un tiempo observándolos con ojos críticos, con la esperanza de que la obra no despertará en mí ni un ápice de funcionalidad ni sentido, solo ver y disfrutar. Empezó por cobrarme muy caro el pasaje y con ese inicio ya me estaba sintiendo de aquel lado, de la high.
Una vez frente al ceart caminé hacia un lado y luego hacia el otro, como quien ignora dónde está la puerta de entrada; supuse que era parte de ese proceso de consumo elegir la puerta correcta para introducirme a un teatro. El hecho de llegar en taxi y no llevar auto propio para estacionarlo dentro me dio la ventaja de conocer al vigilante abre puertas, el señor José, quién al ver que me aproximaba a la entrada se acercó y me abrió la puerta diciendo: "-Pásele no tenga miedo".
Me introduje y una vez ahí dentro le expliqué al don a lo que yo iba. El señor José, amable y acomedido, se ofreció a llevarme hasta el foro experimental, incluso entramos a la sala cuando los muchachos de staff estaban arreglando el escenario, las luces, el sonido, los artistas preparándose, en fin, previo y como quien dice behind the scenes.
Pude reconocer rápidamente a dos jóvenes miembros del staff, pero bueno, aunque quiera pertenecer al campo legítimo y codearme entre la burguesía No logré arrebatarles un -Hey, qué onda?, absolutamente a ninguno de los que reconocí entre la gente del teatro. Fue un asomarme tras bambalinas y salir ilesa. Parecían sorprendidos cuando me metí ahí, todos voltearon y nadie dijo nada. Me reí antes de emprender la huida en reversa.
Al salir a esperar a que comenzará a llegar el público, los cobra entradas, la crema y nata mezclada heterogeneamente con la gente naca, la gente que como yo tuviera un propósito secreto que no era enteramente el disfrutar la obra, el señor guardia me dejó sola después insistir en mostrarme toda la infraestructura del lugar y contarme su vida íntima, sus orígenes y los de sus hijos, a lo que me resistí de manera respetuosa.
Me quedé un rato sola afuera de ese edificio de forma cuadrada, esperando ansiosamente la llegada de uno que otro raro espécimen que tuviera más ganas de ver una obra de teatro que un concierto masivo de León Larregui en el vecino foro Fex. Sinceramente, mi ingenuidad e ignorancia acumuladas sobre asuntos de alta cultura o por lo menos del "arte legítimo", me llevaba a imaginar un triste cierre de temporada teatral en el que sólo una decena de asistentes sin quehacer o condescendientes con la producción asistirían solidariamente arraigando para siempre la amargura de los actores (en mi mundito de historias dramáticas).
Como suele pasar, mi imaginación sobre finales trágicos sólo quedó plasmado en el párrafo anterior como eso mismo, pura fantasía pues, poco después de que una empleada de la limpieza se acercara tímidamente para hurgar en el bote de basura a mi izquierda, verme y sonreírse con sencillez, seguir empujando el bote con el trapeador y ofrecer un helado (que en Sinaloa es lo mismo que un hielito en Mexicali) a un ayudante de la producción que iba presuroso pero con sutil cadencia al avanzar (el cual se negó a aceptar el helado porque no traía dinero), después de eso, empezaron a aparecer los asistentes al evento, por quiénes el teatro se hace.

Que empiece la función.
Eran ya pasadas las 7:30 de la tarde y de un momento a otro como cambio de escena, la angustia que me remitía estar sola e imaginar tristes y solitarios palcos teatrales (anota Lucy Ortega: "viles sillas... y duras!"), se transformó en una angustia más envolvente por la aparición repentina del público espectador llenando los palcos externos, el pasillo, la mesa de enfrente.
Los más puntuales llegaron solos. Parejas y grupos de más de cuatro personas concurrieron cerca de las 8. Ayudantes y staff esperaban con ansia para cobrar la entrada $100 pesos. Lamentablemente, por el lado económico (para la producción), varios pedimos descuento de estudiante. Algunos nos reconocimos inmediatamente; otros tratamos por todos los medios de ignorarnos entre sí por el bien de la obra que amenazaba, en la sinopsis, hacer estallar una bomba anarquista.
Era una extraña convergencia de individuos. Tanto por su comportamiento como por su apariencia física. Conviviendo en el mismo espacio pero cada uno en su aparente papel. No es como cuando se va al cine y la fila lleva un orden por aparición.
Casi al momento de permitirnos entrar al foro pude observar cómo cada asistente tenía alguien con quien conversaba. Aparecían reconocimientos entre personas, como comentarios sobre visitas anteriores, excusas y explicaciones por la ausencia de tal individuo, bromas sin chiste que concluían en un arrebato de carcajada sutil y solidaria (lo que identifico como hipocresía) y ceder el paso a alguien más con una brillante sonrisa y finos movimientos corporales.
De un momento a otro empezaron a avanzar los asistentes para tratar de formar una fila que nunca fue fila. Quienes poseían una especie de poder se imponían con su presencia y actitud saludando a cuanto sujeto similar se encontraban frente a sí. No pedían permiso para imponerse, lo hacían con despechada naturalidad, saludaban y compartían un par de frases y un saludo de alfombra roja haciendo esperar a los de atrás. La obra y todos nosotros podíamos esperar por ellos, porque es importante que se reconozcan aunque no sea precisamente a lo que han ido, O sí?
Hubo aquellos que al comprar su boleto preguntaron por el descuento y quienes despreocupadamente desembolsaban billetes gordos, mientras el cobraentradas se quedaba sin feria para darles el cambio. También aquel que no necesitó boleto para la función por ser conocido, amigo, familiar tal vez de algún miembro del elenco o producción. Entramos todos, nos dispersamos a donde nos sentimos cómodos y los que llamaban la atención por su comportamiento extrovertido o destacado se acomodaban en las filas frontales del escenario.
Entre los asistentes que se destacaron por su presencia física estaban: un rastafari tatuado, con el cabello hasta la cintura y su risueña acompañante; el tipo del sombrero de ancianito de los años 20```` s con su notable buen gusto al vestir y su novia, personaje de la danza mexicalense que no se quedaba atrás, con su casual atuendo; las chicas "ñoras" multicolores y el sarcástico que no apagó su celular.
Mucha gente no hizo mucho ruido con su presencia, pero una pareja de ancianos elegantes, sentados hasta el último palco, (si, eran palcos económicos, pero palcos), hicieron más ruido en mí por su silencio e inmutabilidad ante la obra qué llamaban mi atención. Parecían protegerse uno a otro, como si esperaran una estampida, pero con menos expresión facial. Parecían no sentirse integrados, más bien temerosos.

Mis CLASEficaciones
Al observar los cómo de estos individuos hago clasificaciones: los que disfrutan, los que gastan, los que aprenden de esto, los que presumen de aquello, los que van a sentarse a ver y oír, los que esperan sentir.
Ahora, ubicando los comportamientos de quienes asistieron a la obra de la "Muerte accidental de un anarquista", observé que cada agente se situaba en uno de los tres universos de gusto de Pierre Bourdieu (Budi bordier bordiu). Cada uno con sus modos se integraba y sin quererlo por supuesto, reforzaba en mi percepción estas clasificaciones.
Empezando con el gusto popular o bárbaro (que casi brilló por su ausencia), la mujer de la limpieza que pasó frente a mí con el bote de trapeador ofreciendo su helado a un empleado de la producción teatral. Ella estaba ahí porque tenía que estar. Necesidad, aprovechando el momento para ganar algo de dinero. No pasó para conocer artistas. Supongo que pudo pensar al verme que era su oportunidad para ofrecer su producto, sin embargo, al verse descubierta hurgando en la basura pudo sentirse intimidada y pasar frente a mí de largo para ofrecerlo a alguien más. A ella y al guardia son a los únicos que ubiqué en el gusto bárbaro. Al Guardia porque igualmente no se le veía ningún interés en el arte, más bien esperaba involucrarse (posiblemente) en una conversación de la que tuviera algo que sacar provecho.
En cambio, ubicar a personas en el gusto medio no fue difícil. Muchos de los asistentes buscaban distinguirse de los demás intencionalmente. Estaban el sarcástico que citaba a cada sociólogo anarquista que recordaba y criticaba a los asistentes por su apariencia;  las ruidosas mujeres "ñoras" coloridas que llegaron en grupo de cuatro y que no dejaban de hablar de trivialidades, preocupándose por jalarse la blusa, el vestido y pararse en sus enormes tacones, más apropiados para una fiesta buchona que para simplemente asistir a una función teatral. Estaban visiblemente preocupadas por su apariencia física, tratando de aparentar ser parte de ese mundo de arte legítimo y no salieron de su círculo, aunque si se sentaron al frente del escenario.
Otros personajes (de mi experiencia intentando ser burguesa... Ok no, simplemente haciendo una tarea para entregar a Lucy Ortega y pasar en mi segundo intento teorías 3) que ubico en el gusto medio, fueron los jóvenes que asistieron con pareja al evento y que pidieron descuento de estudiante, aduciendo que hay que aprovechar el descuento, como si fueran a cualquier cine los miércoles...Pero me pregunto, porque una función de teatro y no una de cine? Porque sencillamente la obra de teatro va más de acuerdo con su personalidad, reflejada en su vestimenta rebelde, adoc con el tema de la obra, porque tal vez pensaban que esa obra sería un aliciente para legitimar su gusto y simpatía por el anarquismo. (Mis conjeturas)
En el gusto legítimo ubico a los despreocupados ancianos que sólo asistieron para ver la obra, negándose a sentir o disfrutar como lo haría el del gusto medio, quizás convocados por algún familiar (lo pude casi constatar cuando al finalizar la obra acudieron con la directora de producción a comentarle o preguntarle algo con visiblemente mucha confianza, característico de la relación familiar y hasta un beso).
A otros que ubico en ese universo es al sujeto del sombrerito de los años 20 con su novia bailarina. Todo mundo (su mundo), los saludaba y a todos saludaban, especialmente al muchacho, que destacaba por su atuendo y se imponía a la vista de todos con su comportamiento visiblemente en su hábitat natural. Había un distanciamiento de la necesidad de asistir a este evento. Asistían porque les gusta, porque forman parte de ese ámbito artístico. No mostraban preocupación alguna por el costo,  parecían pez en el agua lo que contrastaba y hacía ruido en los ojos de los demás, excepto en el de los ancianos.
Al finalizar la puesta en escena se cerró también la temporada. El grupo de mujeres ruidosas y coloridas mostraron a todo color su simpatía por un actor específico. El tipo del sombrerito siguió robándose la atención de aquellos en quienes se reconocía. Mientras que yo, no me pude ubicar (qué raro!). Pensé por un momento que podría pertenecer a un gusto bárbaro, por pensar en costo y gasto (contando lo del taxi), más mi desapego de la interpretación de la obra me hizo sentirme por un momento en el plano puro y legítimo, pero cuando el distanciamiento que tenía de la utilidad de asistir se hizo más corto comprendí, que sin pisar o pasar por el gusto medio, subo y bajo entre esos dos universos clasistas. Se cierra el telón.

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