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21 de marzo de 2017

Una historia pequeña: fosa clandestina



Esta es la pequeña historia de esta foto.



Adrenalina, miedo, tristeza, valor, dolor, muchas sensaciones unidas en un momento.

En medio de la oscuridad y la maleza, con temblor en mis piernas y en mi cuerpo entero, me arrastré entre las espinas de lo conocido entre lo desconocido.


Todo inició con una propuesta que parecía ser el permiso que necesitaba yo y mi inexperiencia periodística, pero con ganas de obtener lo que veníamos buscando finalmente: información y gráficos para la nota policíaca.

En compañía de una de las valientes buscadoras de cuerpos enterrados en fosas clandestinas, de hijos e hijas desaparecidos presuntamente a manos del crimen organizado, me escabullí. Ambas nos perdimos un momento con el pretexto de ir a orinar. No puedo mentir que tenía ganas de orinar, pero mi principal objetivo era ir en búsqueda de una fotografía que ya no podía ser tomada, más bien, que no debía ya ser tomada, debido a las bandas de seguridad puestas por policías ministeriales y municipales, a espera de que los peritos llegaran para recolectar evidencias alrededor de la fosa descubierta, en donde el cuerpo de, al parecer una mujer, esperaba para ser llevado a casa.

El cuerpo había sido descubierto en una zona enmontada, en un lugar apartado de los poblados, donde los criminales podían hacer de las suyas sin ser perturbados. Las rastreadoras estuvieron buscando entre el monte, en parajes escuetos, en lugares señalados como tiraderos de cuerpos, escarbando con las palas, incrustando varillas en busca de un indicio, el olor de la carne muerta, recogiendo con las manos lo que podría ser una esperanza. Y al final de día, luego de que un piadoso informante les diera un "punto", localizaron el cuerpo enterrado.

Un lugar entre espinas. Una fosa clandestina. Un cuerpo encobijado, envuelto en una lona plástica, con evidencias que hacían pensar que se trataba de una mujer.

Mi papel parecía ser sencillo. Finalmente también soy una rastreadora.

Me envolví en valor, apreté los dientes. Tomé ese camino oscuro entre ramas llenas de espinas, sin camino para pasar, agachándome para no evidenciar mi intromisión. Sin embargo había dos problemas más: mi cámara ya no tenía batería, era el final del día; mi otro problema la visión.

A expensas de todos esos problemas que no podía resolver me introduje por debajo de las ramas, llena de espinas y alhuates percibí el olor y apenas alcancé a vislumbrar el hoyo donde se encontraba el cadáver. Sin poder ajustar la lente preparé el disparo. Tenía que ser rápida, la batería se agotaría, el gobierno podría ajustarme. Un disparo más con la luz hacia abajo. Dos tomas y a tratar de salir lo menos espinada, lo más sigilosa. La tenía. Dos disparos, dos fotos, una historia para contar.

Después de eso corrí a dejar evidencia de mi presencia en otro lado: corrí a orinar al fin.

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