Entré al baño y encendí la luz. Vi algo bajo el foco. Eran dos
pequeñas formas de vida moviéndose de un
lado a otro. Uno era un bicho que se retorcía mientras que el otro era una
araña que había capturado al bicho en su red. Estuve un largo rato mirando angustiada
estas criaturas.
En ese lapso recordé tres cosas: el documental acerca de las leyes de la
naturaleza; una clase de biología en la que se hablaba de la cadena alimenticia
y un relato acerca de un ave herida que estaba siendo acechada por un
depredador.
Respecto de las leyes de la naturaleza recordé que el pez más
grande se come al pequeño, que el fuerte se alimenta del débil y que en este
acto no debía, por mucho, intervenir el hombre, hablando específicamente de
animales. El fuerte en este caso era la araña. El débil sería el insecto y el
ser superior, el ser humano o sea, yo. No intervenir por supuesto a menos que
afectara mi integridad.
Con respecto a lo de la cadena alimenticia, reflexioné sobre que
el humano consume alimentos vegetales y de origen animal (pollo, carne,
pescado, verduras, frutas, semillas). La carne es de un ser inferior. El ser
inferior consume a su vez a otros seres más pequeños y débiles para sobrevivir.
Yo no tengo por qué intervenir, -pensé-. Si todos pensaran en
intervenir la cadena se rompería y yo dejaría de alimentarme y me extinguiría.
Con respecto al relato del ave herida, una zorra la acechaba.
Había alguien cerca, a punto de alejar a
la zorra para que no se comiera al ave,
cuando un sabio llegó y le dijo a la persona que viviera y dejara que en la
naturaleza pasara lo que tenía que pasar. Dejó que pasara y la zorra se comió
al ave.
Si yo interviniera ¿Quién sería feliz? ¿La araña? ¿La humanidad?
¿El bicho?
Era horrible como la araña atrapaba rápidamente a su presa en la telaraña. El bicho intentaba salir de la red sin lograrlo. Me volteé, me
vi al espejo y me puse a llorar. Pensé en Dios. En la visión de la oveja y el león
juntos. Eso era hermoso. Esto era terrible. Yo veía supervivencia y muerte.
Me volví para ver al insecto en la telaraña. Miré cómo éste escapó
de la red y se escondió en un hueco del techo. Me llené de alegría y pensé en
la relación de Dios con el amor y el milagro de la vida.
Creo que Dios pudo ver como me sentí.
De pronto, el insecto salió de su escondite y la araña lo atrapó
otra vez.
Solo pensé – ¡Al diablo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios